domingo, 4 de octubre de 2009

Amapola


Se llamaba Amapola. Era bella y disfrutaba del mar por las tardes, cuando lo contemplaba con un cigarro en mano y un buen libro en la cartera. Jamás lo leía, solo le gustaba llevarlo con ella, por si alguna vez la soledad pareciese irrevocable. También le gustaba mirar fijamente el horizonte, pensando en cómo sería su vida si no se llamase así, si no tuviese ese nombre de flor. Era curioso que Amapola jamás hubiese vivido una primavera; veinte inviernos y casi el mismo número de otoños y ningún resultado a la vista: su corazón aún no había florecido. Amapola había esperado tanto que incluso ya había olvidado que era aquello que esperaba. Solo miraba el mar y suspiraba; y sus suspiros, se los llevaba el viento.

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