Ayer miraba a Valentina jugar. Le daba de comer a su muñeca sentada porque echada se podía atorar. Le golpeaba la espalda para sacarle chanchitos y luego la llevaba a la ventana para que mirara el mar y los dos o tres parapentes que volaban una mañana nublada pero feliz de Lima. Mi mamá se acordó que cuando yo era chiquita jugaba con mis muñecas por todos lados y a toda hora. Me dijo que no me cansaba de inventar historias y darle vida a los juguetes, haciéndolos que hablen entre ellos y vivan situaciones de otro mundo; jamas me aburría, cuando no tenía muñequitos para entretenerme, jugaba con mis manos, haciendo que una conversara con la otra. A veces extraño la inocencia de esos juegos de Barbies que se apoderaban de mis mañanas, tardes y noches. Mucho drama sí que tenían, pero un drama tierno e ingenuo. Barbie que se enamoraba de Ken (yo los llamaba casi siempre Kelly Kaposky y Zach Morris, como los de 'Salvado por la Campana') y tenían miles de hijos, que luego también se enamoraban (no entre ellos, claro está) y así continuaban las entreveradas historias de amor, siempre de amor.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Mis Barbies tuvieron sexo. Mucho sexo.
ResponderEliminarNo estoy mintiendo.
La inocencia de los niños es inigualable :)