Juré que nunca más iba a regresar ¿sabias? Le dije a mamá que mientras estuviera viva jamás volvería a vernos juntos. Sus dos únicos hijos, que se odien así, tanto. Le debe haber dolido harto. ¿Tú me odias aún? Creo que yo ya no. Lo que hiciste fue imperdonable, pero aun así, aquí heme. Tenia que venir. Eres mi hermano después de todo. Quizás debí haberte buscado antes, cuando aún podíamos cambiar las cosas, pero no podía ni verte a la cara Alfonso. Te veía y solo quería matarte. Que ironía, ahora que te veo, solo deseo lo contrario.
¿Qué por qué vine? Pues es difícil de explicar, ni yo me entiendo del todo. Después de que murió mamá, pensé que de repente sería bueno buscarte. Es verdad que aún no olvidaba lo que habías hecho; sería imposible. Es más, hoy, 35 años más tarde, es todavía uno de mis recuerdos más vivos. No me importó en ese entonces, sabia que no te podía perdonar, pero necesitaba decírtelo, buscarte. Tú me conoces, Alfonso, más que nadie, sabes que soy orgulloso como tú mismo y que en aquel momento, me habría tragado todo mi orgullo para encontrarte, para decirte como me sentía. ¿Por qué no lo hice antes que muriera mama? Pues por lo mismo, hermano, le había hecho una promesa. Le jure que no nos volvería a ver juntos mientras viviera. Estaba empeñado en cumplirla. Pase 15 años de mi vida manteniendo vivo tu error con el propósito de no romperla nunca. No creerías todo lo que hice para no olvidar jamás que me traicionaste de esa manera.
Escribí dos cartas iguales aquella noche. Una se la di a mamá; en ella, le contaba detalle por detalle como había sucedido todo. No se me escapo ni el pedacito más mínimo. Por eso, estaba seguro que a pesar que mamá no soportaba la idea de no vernos más juntos, ella me entendía. Siempre te quiso más a ti, ¿sabías? Era obvio Alfonso, la forma en que te miraba y te mimaba todas las noches, mientras que a mí solo me decía buenas noches y me daba un beso frío en la mejilla. Aún así, yo pude descifrar su rostro mientras leía esa carta, me quiso más a mí entonces. Todas esas miradas y esos mimos desaparecieron, todos esos años de verme despreciado por mi madre se esfumaron; mientras la leía, todos esos recuerdos se desvanecían. ¡Cómo lloraba!, supe que en ese momento, Alfonso, había llegado tu final y era el triste comienzo de mi infancia tardía. La segunda carta la guarde para mí y me asegure de leerla todas las noches. Lo hice durante quince años, la leí y releí. Llegue a pronunciarla de memoria, pero siempre prefería leerla. Así me acordaba de cómo me había sentido, lo veía en el odio que reflejaban aquellas líneas. Te odiaba Alfonso, te odiaba cada una y todas las noches que releía esa carta.
Hace 20 que murió mamá. Yo, había cumplido ya la promesa que hice: no te había visto mientras ella viviera. De alguna manera, cuando murió, sentí cierto alivio. De ahí en adelante, estaba solo en mis manos buscarte. Me decidí pues aquella tarde, asistir al velorio de mi madre. Esperaba encontrarte ahí, Alfonso; sabia que por más que ella ya no era la misma contigo, tu aún la querías y la habías perdonado. Tu sí sabías perdonar, a diferencia de mí. Querrás saber también, hermano, que mamá no fue la única a quien enterraron aquel día; enterré yo, junto a ella, todas las tardes que pasábamos recogiendo zetas, los días de lluvia en casa y aquella media sonrisa que se dibujaba en tu rostro colorado cuando ocultabas alguna travesura. Pues si Alfonso, tú, no estabas ahí. Yo fui decidido a empezar de cero, a perdonarte, algo extraño en mí, algo que quizás tú hubieses hecho, no yo, pero no estabas. Nunca más te busqué de nuevo, para mí, tú ya no existías; te enterré junto con nuestra madre y ese pasado que tanta nostalgia consigo traía.
¿Qué por qué vine? Pues es difícil de explicar, ni yo me entiendo del todo. Después de que murió mamá, pensé que de repente sería bueno buscarte. Es verdad que aún no olvidaba lo que habías hecho; sería imposible. Es más, hoy, 35 años más tarde, es todavía uno de mis recuerdos más vivos. No me importó en ese entonces, sabia que no te podía perdonar, pero necesitaba decírtelo, buscarte. Tú me conoces, Alfonso, más que nadie, sabes que soy orgulloso como tú mismo y que en aquel momento, me habría tragado todo mi orgullo para encontrarte, para decirte como me sentía. ¿Por qué no lo hice antes que muriera mama? Pues por lo mismo, hermano, le había hecho una promesa. Le jure que no nos volvería a ver juntos mientras viviera. Estaba empeñado en cumplirla. Pase 15 años de mi vida manteniendo vivo tu error con el propósito de no romperla nunca. No creerías todo lo que hice para no olvidar jamás que me traicionaste de esa manera.
Escribí dos cartas iguales aquella noche. Una se la di a mamá; en ella, le contaba detalle por detalle como había sucedido todo. No se me escapo ni el pedacito más mínimo. Por eso, estaba seguro que a pesar que mamá no soportaba la idea de no vernos más juntos, ella me entendía. Siempre te quiso más a ti, ¿sabías? Era obvio Alfonso, la forma en que te miraba y te mimaba todas las noches, mientras que a mí solo me decía buenas noches y me daba un beso frío en la mejilla. Aún así, yo pude descifrar su rostro mientras leía esa carta, me quiso más a mí entonces. Todas esas miradas y esos mimos desaparecieron, todos esos años de verme despreciado por mi madre se esfumaron; mientras la leía, todos esos recuerdos se desvanecían. ¡Cómo lloraba!, supe que en ese momento, Alfonso, había llegado tu final y era el triste comienzo de mi infancia tardía. La segunda carta la guarde para mí y me asegure de leerla todas las noches. Lo hice durante quince años, la leí y releí. Llegue a pronunciarla de memoria, pero siempre prefería leerla. Así me acordaba de cómo me había sentido, lo veía en el odio que reflejaban aquellas líneas. Te odiaba Alfonso, te odiaba cada una y todas las noches que releía esa carta.
Hace 20 que murió mamá. Yo, había cumplido ya la promesa que hice: no te había visto mientras ella viviera. De alguna manera, cuando murió, sentí cierto alivio. De ahí en adelante, estaba solo en mis manos buscarte. Me decidí pues aquella tarde, asistir al velorio de mi madre. Esperaba encontrarte ahí, Alfonso; sabia que por más que ella ya no era la misma contigo, tu aún la querías y la habías perdonado. Tu sí sabías perdonar, a diferencia de mí. Querrás saber también, hermano, que mamá no fue la única a quien enterraron aquel día; enterré yo, junto a ella, todas las tardes que pasábamos recogiendo zetas, los días de lluvia en casa y aquella media sonrisa que se dibujaba en tu rostro colorado cuando ocultabas alguna travesura. Pues si Alfonso, tú, no estabas ahí. Yo fui decidido a empezar de cero, a perdonarte, algo extraño en mí, algo que quizás tú hubieses hecho, no yo, pero no estabas. Nunca más te busqué de nuevo, para mí, tú ya no existías; te enterré junto con nuestra madre y ese pasado que tanta nostalgia consigo traía.
Una última cosa, Alfonso. Sé que hoy ya es tarde para pedir perdón, para dejar ir todo aquel rencor que se ha venido acumulando año tras año; sin embargo, solo te pido que me entiendas. Me hubiese gustado despedirme de ti, haberte buscado antes, poder retroceder el tiempo y cambiar todo. Ahora que te veo, sabiendo que no podré nunca más obtener alguna respuesta de tu parte, me duele en el alma que ya no estés conmigo; me duele sobretodo que hayas dejado de estarlo no hoy, sino hace 35 años, aquella tarde de otoño en la que nos dijimos adiós.
"Nunca digas adiós, porque es una palabra triste. Corazones que se quieren nunca deben despedirse", escribió el poeta. Nunca nadie se va completamente, como nunca tampoco se termina de llegar. "Todas las hojas son del viento", eso lo canta Spinetta.
ResponderEliminaryeah andre, tu lo escribiste?
ResponderEliminarlinda... LINDO.. estoy en cabinas. te leo pronto aunque por lo pronto yo no escribire nada.
ResponderEliminar1. Hola! Si, yo lo escribi. Quien eres? :)
ResponderEliminar2. Ari: por que no usas tu profile para dejar comments? Eres Ari no?
si soy ari... pero habia momentanemanete olvidado mi contrasenia.. suele suceder sabes?
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