Vivo en el piso 7 desde que nací. Para ser sincera, hubo un lapso de 8 años que no viví aquí, pero podríamos afirmar que lo hice hasta los 8 o 9 años y luego regresé cuando tenía 16. Mi cuarto siempre ha sido mi cuarto, aunque antes dormía con mi hermana y ahora que no está, duermo sola, aunque todavía están las dos camas (duermo en una y en la otra hago siesta). ¿Por qué les cuento todo esto? Lo que pasa es que hace un par de días, se me ocurrió mirar por la ventana de mi cuarto, que da hacia la espalda de algunos edificios y hacia el frente de otros. Antes, siempre que sacaba los ojos curiosos, los dirigía hacia una quinta que hay en la espalda de mi edificio; me parecía entretenido observar niños jugar a la pelota, perros ladrar y corretear, fiestas que sucedían esporádicamente o jóvenes que montaban skate y se reían hasta altas horas de la noche.
Sin embargo, esta vez fue diferente; fijé la mirada en un edificio antiguo de la calle Fanning. Dos de los departamentos resaltaban entre tantos que habían, pues tenían un brillo particular; uno se hallaba en el quinto piso y el otro en el sexto de la esquina izquierda. Las ventanas de ambos eran gigantes, no tenían cortina alguna, los habitantes habían optado por dejar al desnudo su vida diaria.
El primero, el del quinto piso, llamó particularmente mi atención. Era un señor con lentes que sostenía un café mientras revisaba algunos apuntes; estaba sentado en un escritorio de madera enorme, lleno de libros por todas partes. El despacho también se encontraba repleto de libros en las paredes, en las sillas y hasta en el piso; el desorden era inminente y sin embargo, me hubiese encantado perderme entre tantas historias y personajes. Me gusta pensar que se trata de un escritor, que escribe y escribe y escribe; pues ayer en la noche volví a mirar y el señor seguía ahí, sentado, haciendo lo mismo que todos los días, sumergido entre letras y fantasías.
El del sexto piso era opuesto, era una habitación aproximadamente del mismo tamaño pero en lugar de estar repleta de muebles y papeles, solamente tenía una cama, un aparador y un sillón. Dormía ahí una pareja de esposos o quizás únicamente enamorados, o en el mejor de los casos, ambos.
Me pareció interesante ser una observadora externa en las vidas de estas personas. Siempre han estado ahí, pero durante todos los años que he vivido aquí, en el piso 7, nunca me había tomado la molestia de sacar la cara por la ventana y mirar en una dirección diferente a la usual; a veces solo basta desviar un poquito la mirada, para que se nos abran horizontes completamente nuevos.
Me gusta pensar que estas personas, el escritor o la pareja de enamorados, tienen vidas perfectas, de las cuales yo en parte, soy testigo. Quizás no sea así, probablemente estén llenos de problemas y preocupaciones como cualquier otro ser humano; sin embargo, en mi imaginación, todavía hay un lugar para lo utópico y lo imposible, que pretende no desaparecer nunca, o por lo menos no en un tiempo cercano.
Sin embargo, esta vez fue diferente; fijé la mirada en un edificio antiguo de la calle Fanning. Dos de los departamentos resaltaban entre tantos que habían, pues tenían un brillo particular; uno se hallaba en el quinto piso y el otro en el sexto de la esquina izquierda. Las ventanas de ambos eran gigantes, no tenían cortina alguna, los habitantes habían optado por dejar al desnudo su vida diaria.
El primero, el del quinto piso, llamó particularmente mi atención. Era un señor con lentes que sostenía un café mientras revisaba algunos apuntes; estaba sentado en un escritorio de madera enorme, lleno de libros por todas partes. El despacho también se encontraba repleto de libros en las paredes, en las sillas y hasta en el piso; el desorden era inminente y sin embargo, me hubiese encantado perderme entre tantas historias y personajes. Me gusta pensar que se trata de un escritor, que escribe y escribe y escribe; pues ayer en la noche volví a mirar y el señor seguía ahí, sentado, haciendo lo mismo que todos los días, sumergido entre letras y fantasías.
El del sexto piso era opuesto, era una habitación aproximadamente del mismo tamaño pero en lugar de estar repleta de muebles y papeles, solamente tenía una cama, un aparador y un sillón. Dormía ahí una pareja de esposos o quizás únicamente enamorados, o en el mejor de los casos, ambos.
Me pareció interesante ser una observadora externa en las vidas de estas personas. Siempre han estado ahí, pero durante todos los años que he vivido aquí, en el piso 7, nunca me había tomado la molestia de sacar la cara por la ventana y mirar en una dirección diferente a la usual; a veces solo basta desviar un poquito la mirada, para que se nos abran horizontes completamente nuevos.
Me gusta pensar que estas personas, el escritor o la pareja de enamorados, tienen vidas perfectas, de las cuales yo en parte, soy testigo. Quizás no sea así, probablemente estén llenos de problemas y preocupaciones como cualquier otro ser humano; sin embargo, en mi imaginación, todavía hay un lugar para lo utópico y lo imposible, que pretende no desaparecer nunca, o por lo menos no en un tiempo cercano.
me gustó :)
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